Cuatro horas de autobús separan Agra de Mainpuri. Una vez allí, debíamos llegar a Sankisa para acudir al seminario con el Dalai Lama.
Teniendo en cuenta las dimensiones de India, este era un trayecto corto, sólo cuatro horitas, así que me senté en el asiento de delante en el autobús, ante mí, toda la cristalera, a través de la cual esperaba disfrutar de un agradable viaje. Empecé el trayecto con una amplia sonrisa; mi mente estaba calmada, vacía, en paz, sintiendo el momento. Los ojos bien abiertos, fijos en la carretera: una autovía de dos carriles en cada dirección con una mediana en el centro.
Según pasaban los kilómetros, según transcurrían las horas, mi mente empezó a estresarse, empecé a pensar, pensamientos negativos brotaban de mi mente. En realidad, mi mente sólo intentaba buscar explicación a lo que mis ojos veían, mientras tanto, mi cuerpo permanecía inerte, sin reaccionar ante lo que veía.
La autopista era un desfase, llena de coches en todo momento. Una cortina de polvo y humo impedía ver con nitidez la realidad: vi miles de coches y motos en dirección contraria, vi un accidente en el que un matrimonio y su hijo pequeño chocaban con su moto contra un anciano que cruzaba la carretera, nuestro autobús casi atropelló a un adolecente que estaba cambiando la rueda de su bici en medio de la autovía (la mediana estaba a menos de un metro de él, ¡Pero qué más da!), había vendedores de comida paseando su cocina portátil (encendida por supuesto) por la carretera, chabolas construidas en el arcén, comida secándose sobre mantas, ropa tendida, niños desnudos jugando al borde de la carretera, montones de animales muertos en medio de la carretera (vi cómo toda la sangre de un perro descuartizado bañaba a la moto que pasó por encima del animal muerto).
Todo esto aliñado con el incansable ruido de miles de cláxones sonando al mismo tiempo, la dificultad de respirar el envenenado aire, y la incomodidad de ir unas 100 personas en un autobús para 50. Cuatro de los cinco sentidos totalmente colapsados, saturados, es absolutamente sobrecogedor; me sentí violado.