¿Por qué elegimos Marrakech como primer destino? Pues simplemente por que el vuelo de ida y vuelta desde Madrid nos salía por 48 euros. Nuestra idea original era cruzar la península desde Bilbao hasta Algeciras en BlaBlaCar, para meternos en un ferry y cruzar los 14 kilómetros de estrecho que separan España de África. Esto nos hubiese dado la oportunidad de presenciar la transición, de ser conscientes de lo cerca que está Marruecos, y lo distintas que son nuestras vidas. Pero… somos mochileros, y por ahorrar, decidimos volar a Marrakech.
Me encontré con Borja (mi amigo y compañero de viaje en Marruecos) en el aeropuerto de Madrid; él venía directo de Bilbao, y yo llevaba un par de días en Madrid. Pasamos el control, encontramos la puerta de embarque, y mientras esperábamos al avión, decidimos que la mejor manera de explorar Marruecos era haciéndolo en coche: nos evitaríamos el tener que regatear con taxistas y el sentimiento de desconfianza cuando no sabes si te está llevando a donde tú quieres o a donde él considere oportuno. Así pues, reservamos el coche por Internet, y embarcamos; 8,78€ por persona y día.
Llegamos tarde a Marrakech, el vuelo se atrasó un poco y tuvimos que esperar una cola interminable para pasar la aduana; pero logramos subirnos al último autobús que conectaba el aeropuerto con la plaza principal de Marrakech, Yamaa el-Fna. Eran las doce de la noche, pero la plaza estaba llena de vida: puestos de comida, tiendas de artesanías, vendedores ambulantes, música callejera, encantadores de cobras, etc. Tras dar una vuelta de reconocimiento por la plaza y atraer con nuestras mochilas a un par de timadores, nos pusimos serios, y emprendimos el camino hacia el hostal. Teníamos las indicaciones de cómo llegar, pero la verdad es que las calles de la Marrakech antigua son muy liosas, y al final tuvimos que pedir ayuda a un chaval de la calle, que tras dar una vuelta enorme nos llevó hasta nuestro hostal, que estaba a escasos 10 metros de donde nos recogió. Saqué 10 dirhams (1€) de mi bolsillo para dárselos como muestra de nuestra gratitud, y el muy caradura empezó a pedir 100 dirhams; total, que tras un par de amenazas por su parte, y una actitud seria por la mía, nos despedimos y entramos al hostal. Es muy curioso cómo los marroquíes cambian de una actitud amistosa a una amenazante y vuelven a una amistosa como si nada hubiese pasado.
Un día en la medina y los zocos de Marrakech
Despertador, desayuno, ducha y ya estamos en marcha… O no, me he dejado la GoPro en el hostal. Vuelvo a por ella, y… ahora sí, en marcha. Lo primero que hicimos fue volver hasta la plaza Yamaa el-Fna y deleitarnos con los encantadores de cobras, que hacen lo que quieren con las pobres serpientes, después, nos dirigimos a la Kutubía (el alminar de la mezquita, foto al comienzo del post), anduvimos por la muralla de la ciudad antigua, y descansamos bajo la sombra de los árboles en un parque precioso que además de fuentes y asientos tenía WiFi. Tras recargar las pilas, pusimos rumbo al plato fuerte de Marrakech: la medina y sus zocos.
Al entrar en las estrechas calles repletas de tiendas de todo tipo (textiles, pieles, decoración, artesanías, verduras, hierbas, especias, carne, animales vivos, ultramarinos, restaurantes, dulces, etc.) y sentir el olor a gasolina de las motos que habilidosamente se abrían paso entre la gente, me vino a la mente el barrio de Thamel en Katmandú, donde comenzó mi anterior aventura.
La gran diferencia es que en Marrakech no sólo te molestan los vendedores, sino que las calles están repletas de gente que intenta acoplarse, contarte un par de cosas sobre la ciudad, llevarte a algún sitio que no quieres o venderte algo que no te hace falta, y cobrarte por haberte guiado. Mientras caminas por la calle no paras de escuchar gritos: “amigo, ven”, “¿español?”, “no hay camino por ahí, ven por aquí”, “para la medina es por aquí”, “¿quieres hashis?”, etc. Nuestra atención los alimenta, sientes como se hacen fuertes al tener contacto visual con ellos, y una vez te pillan no es fácil escabullirse. Empiezan preguntándote si eres español, luego te preguntan de que ciudad, hacen referencia a tu equipo de fútbol, se interesan por saber si es tu primera vez en Marruecos, te cuentan un par de cosas sobre la ciudad, y ya te empiezan a liar para que les compres algo o les pagues por molestarte en los 50 metros que han recorrido a tu lado; así que lo mejor es ignorarles desde el principio. No son majos desinteresadamente, quieren tu dinero.
A la hora de comer nos paramos en un pequeño restaurante que estaba a pie de calle para degustar dos delicias locales: el tajín de pollo y el cuscús. Conocimos a una viajera holandesa mientras llenábamos la panza, y después de comer, mientras Borja se echaba una siesta, yo repetí el recorrido de la mañana con la chica holandesa.
Por la noche, conocimos en el hostal a dos canadienses que eran hermanos, y estuvimos de charleta en la terraza que tenía el hostal en el tejado. El siguiente día por la mañana, recogimos el coche, y seguimos nuestra aventura sobre cuatro ruedas.
Nuestra ruta nos llevó a visitar Aït Ben Haddou primero, a visitar las Gargantas del Todra después, antes de llegar a hacer un paseo en Camello en Merzouga.