Conducir hasta Francia, llegar de noche, dormir poco y levantarte antes de que salga el sol: la motivación es la leche, no hay cansancio que pueda con ella. Los primeros rayos de sol hicieron acto de presencia cuando empezábamos a dar los primeros pasos hacia mi primer 3.000 en los Pirineos, los picos del Gabieto.
Era la segunda vez que iba a la zona del Circo de Gavarnie, así que el punto de partida ya me lo conocía: desde el Col de Tentes hasta Bujaruelo (frontera entre España y Francia). Ese trocito de trayecto lo hicimos en compañía de montañeros que se disponían a coronar las cumbres de la zona, pero yo estaba con mi padre, un montañero empedernido que necesita explorar vías alternativas (dice que cuando va por las rutas convencionales se siente como paseando por la Gran Vía de Bilbao), así que pronto nos desviamos, y en las siguientes 6 horas nos topamos tan solo con tres seres humanos, que, obviamente, no seguían nuestra ruta.
Desde el punto en el que nos desviamos, cruzamos unas praderas en las que vimos un sarrio, subimos la Forqueta, y bajamos hacia el valle de Escuzana, que no se dejó conquistar fácilmente: la pendiente es muy pronunciada, y la piedra está tan podrida que se deshace a cada paso.
Hasta aquí todo fueron risas. Hacía un día precioso y las vistas eran espectaculares, además ya casi veíamos la cima del que iba a ser mi primer 3.000, el Gabieto, y en mi cabeza lo primero que pensé fue «esto ya está hecho; chupado». ¡No os hacéis ni idea de lo equivocado que estaba!
Con el chute de energía que da el ver que la cima está cerca nos dispusimos a subir por el único camino posible que vimos, una escalada que a priori parecía fácil. Resultó no serlo tanto, la pared estaba destrozada, y se soltaban trozos de piedra continuamente. Lo jodido del asunto es que había que subir pequeñas paredes verticales a las que seguían grandes fosos, y si fallabas te esperaba la muerte: sin paliativos. En un momento dado de la escalada, mi padre, que me precedía, sintió que la roca en la que tenía el pie apoyado estaba a punto de caerse, me pidió que me apartara y un pedazo de roca rectangular de medio metro de largo y unos veinte centímetros de ancho cayó a plomo con un estruendo impresionante arrastrando consigo medio monte. Todo un espectáculo, trozos grandes y pequeños de piedra saltaban por los aires precipitándose al vacío. Olía a quemado, supongo que por la fricción de las piedras al caer, y decidí darme la vuelta para buscar una vía alternativa. Mi padre ya no tenía manera de bajar sin jugársela, así que prosiguió con la escalada. Lo único bueno de este tramo de pesadilla fue que vi una flor de las nieves, también conocida como Edelweiss.
Por cierto, si alguno quiere hacer el tramo de escalada utilizando pies de gato, os recomiendo el post de los 8 mejores pies de gato baratos en calidad-precio que se pueden comprar en Amazon.
Al volverme bajé hasta el lugar en el que un cuarto de hora antes había estado pensando «esto está hecho»… menudo iluso. Tenía que encontrar la manera de llegar a la cima, así que me tiré por una pedriza casi vertical y baje como pude hasta el valle de abajo. Había perdido mucha altura, y ahora tenía que hacer un mayor esfuerzo para llegar a la cima: me acerqué hasta la base del monte, escalé una pequeña pared y enfilé una cornisa ascendente con la esperanza de que me llevase hasta la cima. Estaba exhausto por el esfuerzo extra, y empezaba a notar que ni los músculos ni la respiración funcionan al 100% a esa altura, así que empecé a contar mis pasos: daba 100 pasos y me paraba a descansar un minuto antes de reemprender la ascensión.
Subí y subí hasta que llegó un punto en el que veía a lo alto que la cornisa se acababa, yo estaba destrozado, fatigado, cansado, y rezaba para que no se tratase de un camino falso. Al llegar al final de la cornisa, vi que estaba en lo más alto, que apenas había monte por encima de mí, a mi derecha a pocos pasos estaba la cima, y a mi izquierda me encontré a mi padre terminando la escalada. Anduvimos unos pocos metros y coronamos la cima: éxito.
Los dos notábamos el esfuerzo, así que comimos algo para recuperar fuerzas y seguimos, el próximo objetivo era el Taillón. Mi confianza estaba ya algo mermada, y no veía nada claro el camino que mi padre quería seguir, me estaba planteando bordear todo el monte para subir por la otra cara del monte, pero al final no resultó ser tan difícil como parecía en un principio, y llegamos a la Punta Turenne desde donde atacamos la cima del Taillón. Cabe decir que el camino no está del todo claro en ningún punto de la ruta, y mi padre se metió en otro berenjenal, pero por suerte salió ileso.
Desde la cima del Taillón, la bajada fue un auténtico paseo, el paisaje es espectacular, y el camino, además de estar perfectamente señalizado carece de dificultad. Bajando, llegamos a la Brecha de Rolando, una imponente apertura en la roca por la que encaramos la bajada hacia el refugio de Sarradets. En la bajada, inventamos un revolucionario método de esquiar sin esquís, y buscamos una manera alternativa de cruzar la cascada que corta el camino. Como me sentía con fuerzas bajé corriendo hasta el coche.
Una grandísima experiencia, que no recomiendo a nadie 🙂
Egun zoragarria. Ondo pasau genduan, bideoan ikusten danez. Baina ez da gomendatzekoa. Gabietuko tontorretik Taillonera ez dago grabauta, zeozegaitik izango da, ezta? Gogorrena eta arriskutsuena egin eta gero, sats eginda gengozalako. Gogorra izan zan, baina zoragarria. Ibilbidea zehatz-mehatz ikusteko: http://luberri.net/node/27487 (euskeraz).
¡Estais chalados!, pero me ha gustado mucho tu crónica. Y la música… ni que la hubieran escrito para vosotros.
Decididamente, creo que seguiré tus crónicas, en llano y en cuesta, zorionak!
Eskerrik asko 🙂
Chalados no, pero… ¡lo bien que nos lo pasamos!
Por cierto, ¿alguien se ha fijado que en el vídeo, en la cuarta o quinta secuencia, en medio de la pradera, justo a la derecha de la roca del centro de la imagen, hay un sarrio? A buscarlo…
Se os ve muy cansados Agirre!
Sí, fue una paliza de 11 horas madrugando muchísimo y con tramos muy técnicos. Además en muchos lugares no había un camino claro y pasábamos como podíamos.
Por cierto, ya he visto tus fotos de Tanzania, parece una experiencia de la leche.