Aït Ben Haddou es el ksar (alcazaba o ciudad fortificada) mejor conservado de Marruecos. Es un pueblito en medio de la nada, aunque en él se han rodado películas tan famosas como La Momia, Alejandro Magno o Gladiator entre otras. Aït Ben Haddou fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1987 y desde entonces se intenta preservar el estilo de vida tradicional de sus habitantes.
Tras 5 horas de conducción extrema por las serpenteantes carreteras del alto Atlas, llegamos a Aït Ben Haddou, un lugar que poco tiene que ver con Marrakech. Aunque septiembre es el mejor mes del año para visitar el lugar (después de los calores del verano y antes de las lluvias otoñales), apenas contamos una decena de turistas, y el ambiente era totalmente relajado.
Nada más bajarnos del coche se nos acopló Hassan, un seudo-guía, como los que describo en el post de Marrakech. Nos vimos obligados a que nos diese un paseo por el Ksar, y nos contó un par de historias sobre el mismo a cambio de 30 dirham (3€), que aseguraba que serían empleados en la preservación del estilo de vida tradicional en el Ksar (y yo que me lo creo…). Cabe decir que sólo 10 familias siguen viviendo dentro del Ksar, personas que no han tenido agua corriente ni puente para cruzar el río hasta hace 3 años; electricidad sí tenían porque la UNESCO instaló paneles solares hace años.
Hay varios Albergues en Aït ben Haddou, y todos estaban vacíos por el reducido número de turistas. Así pues, tras consultar y regatear precios en todos ellos, pudimos conseguir un buen precio en el Auberge Labaraka: 110 dirham (10€) por persona con cena y desayuno incluidos.
Tras descansar en el albergue, dedicamos la mañana a explorar el Ksar de Aït Ben Haddou por nuestra cuenta. La verdad es que es un lugar precioso, en el que se puede ver el modo de vida tradicional de los bereberes, y se respira una calma total. Al subir por unas escaleras, en una callejuela que hacía esquina, un chico nos paró para invitarnos a entrar en su fábrica artesana de alfombras. El chico se llamaba Said, y nos invitó a tomar un té mientras charlábamos: la verdad es que tuvimos un interesante intercambio de impresiones… hasta que se puso a vendernos alfombras.
Sacamos un montón de fotos por toda la ciudad fortificada (el postureo obligatorio), fuimos hasta el coche para pillar unas medicinas que íbamos a regalar a Said, y dejamos atrás Aït Ben Haddou sin un rumbo claro; ¿dónde terminaríamos?