Fez es la capital del islam en Marruecos, también es la tercera ciudad más poblada del país, y una de las cuatro ciudades imperiales. Fez nos brindó todo tipo de experiencias, malas y buenas; nos metió en apuros, y también nos enseñó lecciones. Paz y guerra en Fez.
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Llegar a Fez
Esta vez la aventura empezó antes de bajarnos del coche, nos encontrábamos en uno de los accesos a Fez, parados frente a un semáforo en rojo con la ventanilla bajada, intentando aliviar el calor marroquí y la carencia de aire acondicionado de nuestro cochecito.
Todo iba bien hasta que un motorista que estaba también esperando a que el semáforo cambiase de color empezó a hablarnos: «¿españoles?», «¿coche alquilado?», «yo trabajo en Hertz», «¿a dónde vais?», «yo os ayudo, seguidme». El semáforo se puso en verde y condujimos en paralelo hasta la siguiente luz roja: «¿cuál es vuestro hotel?», «seguidme».
Seguimos al peculiar señor de mediana edad con el coche hasta que volvió a pararse, esta vez, se bajó de la moto, se apoyó en nuestra ventanilla, y nos dio las indicaciones de cómo llegar… no, el señor no se sentía contento con las indicaciones que nos había dado, y se prestó a guiarnos hasta el hostal, no sin antes ofrecernos el tour guiado de su primo, «imprescindible» para conocer Fez, sus 13 puertas y su caótica medina.
«Buffff, otro vendedor pesado» pensamos, «¿nos querrá cobrar?», «qué incordio, grrr…». Le seguimos un rato y en cuanto pudimos le dimos esquinazo; no le volvimos a ver.
Era imposible aparcar el coche cerca del hotel, las calles estaban infestadas de «gorrillas», que cobran por «cuidar» de tu coche. Así que aparcamos en el quinto pino y anduvimos hasta la medina.
Nada más entrar dentro de los muros de la medina, sentimos cómo nos sumíamos en el caos del lugar: turistas, vendedores ambulantes, mendigos, intimidadores, estafadores, y… Mustafá. Este último nos cazó cual perdices indefensas mientras intentábamos localizar nuestro hostal, y usando sus artes oscuras (en este post explico al detalle cuales son dichas artes) nos llevó a donde él quería.
La verdad es que el hostal estaba bastante bien, en una calle paralela a la principal, gozábamos de paz y buena compañía, sólo el estruendo de los alminares llamando al rezo cada tres horas conseguía quebrar el silencio y la calma de lugar. La pensión nos costó 75 dirham por persona con desayuno incluido. Lo gracioso es que hablando con la hija del dueño un par de días más tarde, nos dijo que no debíamos haber pagado más de 50 dirham por persona. A todo esto, el hospedaje se llama Pensión Katwar.
La guerra: Mustafá
Mustafá, el marroquí que nos llevó hasta la pensión, apareció sobre la hora de cenar del primer día. Juraba que él sólo quería aprender a hablar castellano, y que como no tenía dinero para clases, la única opción que le quedaba era «practicar con amigos».
Nos dijo que conocía un sitio barato en el que podríamos cenar, y nos quería llevar a una cafetería local después, así pues, y sin ver el peligro, fuimos con él.
Mustafá no paraba de decir que éramos iguales, que sabía que nosotros también somos pobres porque somos estudiantes; que nos iba a ayudar en todo lo que pudiese. Insistía en que era bueno con la gente buena, que se alejaba de la gente mala.
Cumplió con su palabra, nos proporcionó un bocata y una sopa marroquí por menos de 1’5€, y nos llevó a un café beréber, donde pudimos tomar té mientras veíamos fútbol con la gente local.
Cuando parecía que Mustafá era lo mejor que nos había pasado en Fez, cuando empezábamos a sentir que habíamos juzgado de manera injusta a los marroquíes que tratan de vivir a costa de los turistas, la sorpresa nos estalló en la cara. Después de una serie de amenazas y una ración de intimidación, consiguió sacarnos 10 euros en concepto de «servicios».
La postguerra: miedo a salir
El día siguiente tuvimos miedo de volver a encontrarnos con Mustafá, ya que la noche anterior nos había dejado claro que quería que le regalásemos una camiseta, y temíamos que viniera a la pensión a recogerla.
Nos tomamos el día con calma, decidimos ser duros con cualquiera que nos intentara timar; no volvería a pasar. De todas formas, teníamos pocas ganas de deambular por la medina, ya no era sólo miedo, era una mezcla de desilusión con pereza, así que nos tomamos el día con calma, y aprovechamos para echar una siesta y escribir para el blog.
Y cuando menos lo esperas, Paz
Llegó el día de marcharnos de Fez, pero… desgraciadamente algo me sentó mal a la tripa (Aitor es una Barbie) y tuvimos que quedarnos un día más. En aquel momento parecía una pesadilla, era como si Fez no nos quisiera soltar.
Por suerte, la realidad fue completamente distinta. Nos tomamos el día con calma, salimos a dar una vuelta por la medina donde dimos plantón a un par de timadores haciéndonos pasar por alemanes, murcianos, fuentealvillanos… en el hostal hicimos migas con las trabajadoras, la hija del dueño y Dunia (una belleza árabe) con quienes mantuvimos conversaciones de lo más interesantes.
Moraleja: no hay mal que por bien no venga.