Sarajevo es una preciosa ciudad rodeada de montañas. La capital de Bosnia-Herzegovina es realmente bonita, era la primera vez en mi vida que veía tantas mezquitas juntas, y eso junto con las plazoletas y las calles del bazar me dejaron prendado. Tuvimos solo un día para verla y nos tuvimos que desviar bastante de nuestro camino para verla, pero sin duda mereció la pena.
Salimos de Prijepolje, Serbia, pronto por la mañana, y llegamos a Sarajevo al mediodía. Por el camino, aunque había niebla, vimos paisajes sobrecogedores. Como de costumbre, no había autovía, y las carreteras transcurrían por enormes laderas y desfiladeros, cruzando túneles picados a mano y que en vez de iluminación artificial tenían aperturas en la parte del precipicio para que entrase la luz. Un espectáculo total.
En la frontera entre Serbia y Bosnia-Herzegovina tuvimos una pequeña charla con el agente serbio, de la cual salimos airosos gracias a mi amigo Maks y sus habilidades sociales, pero con el agente bosnio no hubo tanta suerte, y tuvimos que pagar un pequeño soborno además de la «tasa ecológica» que tienen que pagar todos los extranjeros que entren en coche.
La llegada a Sarajevo fue impresionante, condujimos durante horas por paisajes insólitos hasta que de repente, apareció Sarajevo ante nuestros ojos. Sin previo aviso, como si hubiese aparecido de la nada, y es que la ciudad está rodeada de montes y naturaleza.
La ciudad me enamoró desde el primer momento, ya estaba sobrecogido por el efecto sorpresa, pero el ambiente bohemio y la mezcla de culturas del lugar terminaron por engancharme del todo.
Es una ciudad con mucha historia, en la que aun a día de hoy se pueden ver las marcas de las balas en las fachadas, y los edificios derruidos. Pero todo esto no hace más que alimentar el halo de misterio que rodea el lugar. Sarajevo está repleta de mezquitas que dan forma a su skyline, sus estrechas calles están llenas de tiendas con productos de alfarería y metal trabajado; una pasada.
Una vez más me quedo sin palabras para describir lo que sentí en aquel lugar, ni siquiera las tiendas para turistas que venden balas y demás restos de la guerra desdibujan su autenticidad.