Hacer una ruta o paseo en camello por las dunas de Merzouga es una de las mejores experiencias que vivimos en Marruecos. En el Sahara marroquí, pegado a la frontera con Argelia, se encuentran las dunas de Merzouga; el Erg Chebbi, un cúmulo de dunas que fascinan a cualquiera. Y os preguntaréis, pero si es solo arena, ¿cómo va a “fascinar”? Pues… yo tampoco me lo explico, pero el desierto también tiene su belleza, y estar en medio de “la nada” le hace a uno sentir muchas cosas. Aquí os contamos todo sobre nuestra ruta en camello por las dunas de Merzouga.
Manteniendo la tónica habitual en Marruecos, este plan no lo elegimos, nos obligaron a experimentarlo. Estábamos marchándonos de Aït Ben Haddou cuando un señor de la calle recitó la más temida de las palabras; “¿españoles?”. Ya nos había cazado. Nos llevó a su agencia de viajes para “informarnos” sobre “una experiencia inolvidable”. Es curiosa la distorsión que tienen de la palabra “informar” y como la confunden con vender, insistir, enfadarse si no lo compras, no dejarte marchar, y regatear. Ese “informar” derivó en una ardua negociación en la cual obtuvimos un 25% de descuento sobre el precio inicial; haríamos un paseo en camello por las dunas de Merzouga y pasaríamos una noche en el desierto. Todo por 30€. Tras el deal concluimos con el protocolario té con el que se cierran las transacciones.
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Cómo llegar a Merzouga por libre
Saliendo desde Marrakech, pasamos por Aït ben Haddou y pudimos visitar las Gargantas del Todra antes de llegar a Merzouga. Recorrimos en coche kilómetros y kilómetros de rectas por el desierto hasta llegar a un palacete al pie de las dunas; ahí comenzaría nuestra ruta en camello por el desierto.
Cabe destacar que en el pueblo anterior, Rissani, nos paró un todoterreno del que salieron dos personas; el mayor de los dos, apoyado en la ventanilla de nuestro coche intentó vendernos una ”inolvidable noche en el desierto”, mientras el adolescente trataba de entrar en el coche para guiarnos hasta el hotel en el que comenzaba la ruta en camello por el desierto de Merzouga. No aceptaban un “¡NO!” por respuesta, así que tuvimos que acelerar y largarnos; un desfase.
Ruta en camello por las dunas de Merzouga
La llegada al «hotel» en el que nos habían citado para comenzar la ruta por las dunas de Merzouga fue de lo más curiosa, ya que nos estrenamos en el desierto dándonos un chapuzón en una piscina… Se supone que teníamos que hacer tiempo hasta que apareciesen la pareja inglesa y las jóvenes italianas que nos prometieron que vendrían. Pero nunca aparecieron. Así que, preparamos la bolsa para pasar la noche en el desierto (ropa y 3 botellas grandes de agua) y nos dispusimos a empezar el paseo en camello.
Por fin, a las siete de la tarde, empezamos el paseo en dromedario por el desierto, con nuestro guía Ali; un tuareg proveniente de Mali. Las casi dos horas de paseo en camello por las dunas de Merzouga que necesitamos para llegar al oasis en el que íbamos a dormir dieron para mucho. No para hacer mucho, sino para sentir y pensar mucho; es la belleza de la nada, que te embriaga, te aturde, te sobrecoge y te impacta. Ambos comentamos que la cámara no podía captar la esencia del momento, solo lo intranscendente del lugar, lo banal del desierto.
Noche en las jaimas del desierto
El campamento en el que íbamos a dormir estaba en un oasis situado entre las dunas. Manteniendo la tónica habitual, incluso en mitad del desierto fuimos víctimas de unos niños nómadas que intentaron vendernos unas figuritas.
Ali nos preguntó si preferíamos dormir en las jaimas o si preferíamos dormir al raso. Decidimos que mejor dormir bajo las estrellas, y Ali lo dispuso todo para que nosotros estuviésemos cómodos; saco una alfombra sobre la que puso dos colchones y una mesa, cenamos opíparamente (un manjar digno de dioses), y nos tumbamos bajo un manto de estrellas. Pasamos la noche al raso. El vendedor de Aït Ben Haddou, estaba en lo cierto; una noche inolvidable, pese a la ausencia de las jóvenes italianas.
Al día siguiente nos despertó Ali al grito de “¡VASCOS!”; eran las 6:34, hora de presenciar el amanecer. Pudimos desayunar viendo cómo salía el sol.
Nos despedimos del campamento, y volvimos a subirnos a los dromedarios para continuar con la ruta por las dunas de Merzouga y regresar al palacete en el que habíamos dejado las mochilas de senderimo y el coche.
Al llegar, nos dimos una ducha, echamos una cabezadita, y nos marchamos en busca de una gasolinera, ya que el coche estaba en reserva. Fueron unos momentos bastante tensos, porque estábamos en medio del desierto de Merzouga, perdidos en una maraña de pistas demasiado abruptas para nuestro cochecito, y no sabíamos dónde estaba la gasolinera más cercana; toda una aventura. Por suerte, llegamos 🙂