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Vilanculos es un pueblito costero rebosante de vida local, situado a unos 700 kilómetros de Maputo, la capital de Mozambique. Llegar hasta allí fue toda una aventura, pasamos una semana genial disfrutando de la hospitalidad de nuestra amiga israelí Romi y su padre, quienes están construyendo un hostal para voluntarios en Vilanculos. La cercanía de los locales, y la prolongada estancia hicieron que nos sintiésemos integrados en la sociedad local.
Mozambique es un país maravilloso en el que las calles de los poblados están llenas de mangos, papayas y cocos, fruta que las niñas recogen para vender (y comer, ya que el mango es como una golosina para niños y adultos) mientras los niños dan patadas a una pelota en la playa y juegan a pescar (digo «juegan», porque no tienen medios para adquirir un anzuelo).
Nuestro día a día en Vilanculos
La vida es sencilla y pacífica en Vilanculos, en las casas sin agua corriente, como la nuestra, teníamos que bajar con los bidones al pozo para extraerla, después íbamos al mercado para hacer la compra del día: tomates, cebollas, zanahorias, pimientos, mangos, plátanos, alubias, pan, y los días especiales una papaya o una piña. No venden una gran variedad de productos en el mercado, pero ofertan todo lo necesario para mantener una dieta completa y equilibrada. Para que alucinéis con los precios, os pongo en una lista la cantidad de unidades de cada alimento que se podía comprar con 1€:
- 55 mangos
- 18 panecillos
- 17 tomates pera
- 17 cebollas
- 5 manojos de zanahorias (unas 25 en total)
- 11 plátanos
Tras hacer la compra caminábamos a casa, saludando y dando los buenos días a todas las personas con las que nos cruzábamos, e incluso regalando alguna pieza de fruta o un panecillo a quien lo pidiese. Como la casa en la que nos hospedábamos estaba en construcción, ayudábamos supervisando la obra, pintando las paredes, dando ideas, en definitiva, echando una mano donde se requiriese.
Antes de comer, no podía faltar un paseo o un partido de fútbol en la playa, que culminaría con un chapuzón justo antes de subir a comer. Nosotros comíamos lo mismo que los obreros de la casa: alubias y nshima (parecido a la polenta). Por la tarde, un poco más de trabajo, siesta, lectura, paseo… lo que fuere, pero siempre un baño en el mar y echar un ojo al género que desembarcaban los pescadores justo enfrente de casa.
Para cerrar el día, ducha de agua dulce con agua del bidón y a preparar la cena para comer en familia y charlar un rato antes de dormir. Cada día tenía algo especial, algo que lo hacía único, pero lo que nunca cambió fue la sensación de paz y tranquilidad.
Qué ver y hacer en Vilanculos
El mercado y la gente son geniales, pero lo que más atrae a los turistas es el mar. Se puede bucear, se puede navegar, se puede acceder a las islas situadas frente a la costa (entre las que destaca Bazaruto), etc.
Lo que hace de Vilanculos un sitio único es el banco de arena de unos 10 kilómetros que se extiende entre la costa y el mar abierto, esta extensión de arena sale a flote cuando baja la marea y se ahoga bajo el agua cuando sube la mar.
La anécdota
Un día jugando a fútbol en la playa con los chavales, uno de ellos se le acercó a Christian y le preguntó si le gustaban las almejas, Christian le contestó que sí y el chico le dijo que le iba a traer unas cuantas. Dos horas más tarde, el chico se presentó con dos kilos de almejas recién sacadas del mar; nos costaron menos de 4 euros y disfrutamos como niños del manjar.